Oración preparatoria (para cada día)

Virgen y Madre Inmaculada, mira con ojos misericordiosos al hijo que viene a Ti, lleno de confianza y amor, a implorar tu maternal protección, y a darte gracias por el gran don celestial de tu bendita Medalla Milagrosa.

Día primero

En una medianoche iluminada con la luz celeste como de Nochebuena –la del 18 de julio de 1830-, se apareció por primera vez la Virgen Santísima a Santa Catalina Labouré, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, y le habló a la Santa de las desgracias y calamidades del mundo con tanta pena y compasión que se le anudaba la voz en la garganta y le saltaban las lágrimas de los ojos.

¡Cómo nos ama nuestra Madre del Cielo! ¡Cómo siente las penas de cada uno de sus hijos! ¡Que tu recuerdo y tu medalla, Virgen Milagrosa, sean alivio y consuelo de todos los que sufren y lloran en el desamparo!

Día segundo

En su primera aparición, la Virgen Milagrosa enseñó a Santa Catalina la manera cómo había de portarse en las penas y tribulaciones que se avecinaban. «Venid al pie de este altar -le decía la celestial Señora-, aquí se distribuirán las gracias sobre cuantas personas las pidan con confianza y fervor, sobre grandes y pequeños…»

Que la Virgen de la santa medalla y Jesús del sagrario sean siempre luz, fortaleza y guía de nuestra vida.

Día tercero

En sus confidencias, le dijo la Virgen Milagrosa a Sor Catalina: «Acontecerán no pequeñas calamidades. El peligro será grande. Llegará un momento en que todo se creerá perdido. Entonces yo estaré con vosotros: tened confianza…»

Refugiémonos en esta confianza, fuertemente apoyada en las seguridades que con su presencia y con su protección nos da la Virgen Milagrosa. Y en las horas malas y en los trances difíciles, no cesemos de invocarla: «Auxilio de los cristianos, rogad por nosotros».

Día cuarto

En la tarde del 27 de noviembre de 1830, bajó otra vez del Cielo la Santísima Virgen para manifestarse a Santa Catalina Labouré. De pie entre resplandores de gloria, teniendo entre sus manos una pequeña esfera y apareciendo en actitud estática, como de profunda oración. Después, sin dejar de apretar la esfera contra su pecho, mira a Sor Catalina para decirle: «Esta esfera representa al mundo entero… y a cada persona en particular».

Como el hijo pequeño está en los brazos de su madre, así estamos nosotros también en el regazo de María, y junto a su Corazón Inmaculado. ¿Podríamos encontrar un sitio más seguro?

Día quinto

De las manos de la Virgen Milagrosa, como de una fuente luminosa, brotaban en cascada los rayos de luz. Y la Virgen le explicó: «Es el símbolo de las gracias que Yo derramo sobre cuantas personas me las piden», haciéndome comprender -añade Santa Catalina- lo mucho que le agradan las súplicas que se le hacen, y la liberalidad con que las atiende.

La Virgen Milagrosa es la Madre de la divina gracia que quiere confirmar y afianzar nuestra fe en su omnipotente y universal mediación. ¿Por qué, pues, no acudir a Ella en todas nuestras necesidades?

Día sexto

Como marco de gloria aureolando a la Virgen, vio Santa Catalina aparecer unas letras de oro que decían: «¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos!» Y enseguida oyó una voz que recomendaba llevar la medalla y repetir a menudo aquella oración-jaculatoria, y prometía gracias especiales a los que así lo hiciesen.

¿Dejaremos nosotros de hacerlo? Sería imperdonable dejar de utilizar un medio tan fácil de asegurarnos en  todo momento el favor de la Santísima Virgen.

Día séptimo

Nuestra Señora mandó a Sta. Catalina Labouré, que fuera acuñada una medalla según el modelo que Ella misma le había diseñado. Después le dijo: «Cuantas personas la lleven, recibirán grandes gracias que serán más abundantes por llevarla en el cuello y con confianza».

Esta es la gran promesa de la Medalla Milagrosa. Agradezcámosle tanta bondad, y escudemos siempre nuestro pecho con la medalla que es prenda segura de la protección de María.

Día octavo

Fueron tantos y tan portentosos los milagros obrados por doquier por la nueva medalla (conversiones de pecadores, curación de enfermos y desahuciados, hechos maravillosos de todas clases) que la voz popular empezó a denominarla con el sobrenombre de la medalla de los milagros, la Medalla Milagrosa; y con este nombre glorioso se ha ido propagando rápidamente por todo el mundo.

Deseosos de contribuir también nosotros a la mayor gloria de Dios y honor de su Madre Santísima, seamos desde este día apóstoles de su milagrosa medalla.

Día noveno

Las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa constituyen indudablemente una de las pruebas más exquisitas de su amor maternal y misericordioso. Amemos a quien tanto nos amó y nos ama. «Si amo a María -decía san Juan Bérchmans- tengo asegurada mi eterna salvación.»

Como su feliz vidente y confidente, Santa Catalina Labouré, pidámosle cada día a Nuestra Señora la gracia de su amor y de su devoción.

Oración (para cada día)

Señor Dios Nuestro, que por la Inmaculada Virgen María asociada a tu Hijo de modo inefable, nos alegramos con la abundancia de tu bondad, concédenos propicio, que sostenidos por su maternal auxilio, nunca nos veamos privados de tu providente piedad, y que con fe libre, nos sometamos al misterio de tu redención. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Después de unos momentos  para meditar el punto  leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:

1. La oración de S. Bernardo «Acordaos», o la Salve.

2. Tres Avemarías con la jaculatoria:

¡OH MARIA!, SIN PECADO CONCEBIDA,

ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!”